viernes, 21 de junio de 2013

El calor de los cubanos


Foto: tomada de Radio Rebelde

¡Qué calor! deviene frase archimencionada en varios escenarios, sobre todo porque extrañamos los airecitos del efímero invierno cubano y lamentamos la imposibilidad de contar con una piscina en el hogar. ¡Qué placer una piscina, pero cómo pensarlo si existen comunidades donde unos cubos de agua son oro!

Corren las gotas de sudor mientras enfrentamos algunos desaires frente a la televisión cubana, o cuando mami hace magia en la cocina o en los trajines hogareños, cotidianos, rutinarios, cansones… y más extenuantes cuando el calor azota una y otra vez, y con su presencia llama a la fatiga, el disgusto…


En tales circunstancias, me atrevo a asegurar que casi todos los humanos desean refrescar el ambiente con el aire acondicionado. Pero esa trasciende cual tarea complicada, porque hay que montarle guardia al contador y casi lloramos cuando lo vemos correr tan rápido, casi loco… mas, medio turulatos nos quedamos cuando llega la cuenta de corriente a fin de mes; al atestiguar los tres altos dígitos del monto nos rendimos… ¡es mejor enfrentarse al calor!

Cuando irrumpe esta temporada cobran auge las teorías sobre nuestra isla tropical y nos acordamos del solsticio de verano este 21 de junio, el cual anuncia el cambio oficial de estación, nos montamos pues, en el tren del verano. Entonces nacen disímiles expresiones, varias convertidas en lema: “nos vamos a derretir”, “no quisiera salir de la ducha”, si es que al menos cae agua por la ducha, “deja que lleguen julio y agosto…”

Surgen así muchísimas polémicas, a veces por cuestiones intrascendentes, pero polémicas al fin. En algunas porfías insisto en que junio es el mes más caliente, y la mayoría me discute, pero yo lo siento, me lo dicen las sensaciones de la piel y también lo demuestran algunos datos: al menos el record de temperatura en Cienfuegos (37,6º) data del sexto mes del año en el 2010. Además, este constituye el período de transición entre la primavera y el verano, bajan los índices de humedad relativa y del viento y a eso se suma, desde el ámbito popular, que el sol raja las piedras.


Según algunas fuentes especializadas en el último siglo creció el promedio de las temperaturas a nivel mundial y probablemente se incremente con mayor rapidez en el XXI. También aseguran que en ello inciden las emisiones de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo.

En la calle aumentan las sombrillas, abanicos, la ropa holgada, corta, los hombros y muslos afuera, las gorras, sombreros. Cambia el vestuario, los colores… Alimentamos los deseos de degustar jugos bien fríos, pero al parecer el calor también evapora las frutas y los bajos precios. También abundan los rostros cansados, porque el calor crece cuando nos apretamos en la guagua, camiones, charangones… o aguardamos en las colas, montamos el coche, la bicicleta… Las pieles se tornan más tostadas, coloradas, pegajosas…, aumentan los índices de dolores de cabeza, cansancio, porque señores, ¡el calor estresa!


  Hasta se ha convertido en el tema central de correos electrónicos a familiares y amigos: “Querida Lola: por acá está haciendo un calor terrible, por suerte
tenemos la playa cerca… Mándale a la niña ropita de verano, porque el invierno aquí es muy corto y se le queda rápido…”.  
Mientras, seguimos tarareando la frase como un himno: ¡qué calor!, y con ello nacen y crecen algunos lamentos, comparaciones, aspiraciones, sueños…, pero debemos conformarnos y dar vueltas en la misma rutina y olvidar un poco las desventuras, reírnos, incluso cuando el sudor nos corra por el rostro, es difícil, pero se puede.

Ya nos hemos especializado en convivir con esas sensaciones insoportables, no obstante, usemos protector solar, y cuando caminemos en pleno mediodía o hagamos estancia en cualquier sitio caluroso, utilicemos el recurso psicológico de creernos en un eterno aire acondicionado, al menos imaginarlo es gratis.

   


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