Pepito no escapó de
ningún cuento vulgar ni banal, aunque quizás tenga alguna veta humorística.
Pepito no es tan indisciplinado ni mal hablado; algo ocurrente sí, hasta
innovador… Pepito, el de este comentario,
no es el de los cuentos, más bien trasciende como paradigma, una alegoría de
personas coetáneas con él.
El papá de Pepito ya
pasó las cinco décadas y, por supuesto, tampoco es coprotagonista de algún
chiste. Ya lo asechan los achaques y la
vida le cobra las andanzas de tantos años. Ha chocado con varios muros e
infinidad de veces tardó en levantarse, ¡pero se levantó!. Hoy mira en derredor
y encuentra paz, cierta paz y algunos beneficios, pero nada para conformarse
después de tanto tiempo de bregar. El papá de Pepito pertenece a una generación
de temores…
Pepito y su papá
discuten constantemente; uno porque quiere lo mejor para su hijo y el otro
porque prefiere aventurarse a chocar, a buscar la experiencia por medios
propios, aunque no tolera moretones tan grandes como los recibidos por su papá.
Y aun cuando en circunstancias puntuales lo disimule, también puede sentirse
atemorizado.
El padre insiste:
“Pepito, no orines contra el ventilador. Pepito, ponte a favor de la marea.
Pepito, no te expongas a la corriente del río. Pepito…” Y el muchacho replica:
“Papá, no te preocupes, tengo juicio, solo quiero ser revolucionario, de los
verdaderos…”.
Pepito aspira a ser
consecuente con cuanto ocurre a su alrededor, prefiere representar a la multitud
de contemporáneos y a quienes como su padre hablan por lo bajo para no ser
escuchados. Mas, Pepito no es tan ingenuo, ante un comentario carente de
sentido común, torcido, manipulado, superficial… responde con un cuchillo en el
verbo.
Amén del espíritu
rebelde propio de la juventud, Pepito entiende a su papá. Conoce las buenas
intenciones de su progenitor, pues él atestigua cómo casi todos los que “avanzan”
sin muchas penas y con ciertas glorias, callan o enarbolan las arengas vacías,
desprovistas de objetividad. El papá de Pepito teme que tilden a su hijo de
vocero de las críticas, lo marquen como “problemático”, en fin…
Cada generación tiene sus matices, por supuesto,
sin embargo, de manera global la de los padres no se lanza a los cambios de
conceptos, de renovación de discursos; no entiende lo suficiente de tecnologías,
ni de libertades diferentes a las aprehendidas como propias. Tampoco le
interesa transformar, pues a estas alturas de sus vidas no es tiempo de
arriesgar y sentir un rayón en la pintura.
Alguien dijo una vez
que esa era una generación no muy sincera que digamos: primero porque existe
demasiada distancia entre el decir y el pensar; y segundo porque de los
llamados revolucionarios en los tiempos de juventud de esa generación, pocos
están aquí.
De esos que
humillaron al prójimo en la década del 70 y 80, con falso cartel de jóvenes
transgresores, pocos se quedaron. Por eso, Pepito en pleno siglo XXI no quiere
ser un joven hipócrita.
Gran parte de la
generación de Pepito es demasiado soñadora y aunque a un puñado de ellos no le
importe cambiar nada, a Pepito sí. Él no vive en una nube de humo, ni del mutis
“conveniente”. Pretende ganar la aceptación de la mayoría, lo cual no significa
satisfacer ni apoyar caprichos sin sentido. Tampoco procura ser el conejillo de
indias de quienes tienen ciertas ideas y no las expresan, o peor aún, las
susurran en los pasillos.
Pepito sabe que hay
cosas que no deben decirse, y así mismo se lo hace saber a su papá. Pepito no
es tan improvisado, no obstante, el padre insiste en dejar las cosas como
están. Teme que su hijo tratando de arreglar el mundo termine perjudicado.
Así ocurre con las
diferencias entre generaciones y cada una tiene sus vivencias, añoranzas,
ideales… Pepito con frecuencia recuerda los consejos de Alfredo Guevara: “Nunca
jamás recomendaré a nadie prudencia. Recomiendo que combatan. Recomiendo que se
expresen, que luchen, que acepten correr riesgos”. De esa manera, Pepito aspira
a ser consecuente con su formación y las
condiciones de joven, aunque algunos, carentes de luz larga, lo tildarán de
protestón.
Aunque los
argumentos del papá de Pepito contengan cierto fundamento, no pueden constituir
un freno para su hijo, y menos aún para la evolución y ese ascenso en espiral
reconocido como dialéctica.
El Pepito y el padre
de este comentario trascienden como simples ejemplos, ¡claro!, no significa la
generalización, pero el conflicto de esta relación generacional permanece
dibujada en varias familias, centros de trabajo... Incluso, los contendientes
no llegan a entenderse, ninguno claudica en aras de conquistar la razón, y en
honor a la verdad, cada quien tiene sus motivos…
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