Aunque no hable, ni siquiera por señas,
Riquimbili es el protagonista de esta y cualquier historia. Como el personaje humorístico, rompe montes, no ciudades, y el perfume Camper lo cambió por esa
aroma que reta a los olfatos a distinguir entre el olor a petróleo o a hierro
viejo.
Ni él mismo sabe por qué lo llaman Riquimbili,
quizás nadie sepa, o seguramente todos lo infieren por lo estrambótico de su
estructura, por eso también lo conocen como Chivichana o Rufiango. Así lo
bautizaron en la zona de La ciruela, Lajita, Maleza y aquellos asentamientos
cercanos a los límites del municipio de Rodas con Villa Clara. Vaya usted a
saber qué mapa los tiene registrados, el diablo da tres voces en aquellos
contornos y ni en la autopista (a 13 kilómetros) lo oyen. Allí, en semejante
geografía de huecos y polvo, vive Riquimbili.
Ronca como un viejo, y si emitiera palabras la voz saldría gorda, como la de esos obreros que ingieren bastante calambuco. Muy cerca, más bien encima, encontramos a Tony, una suerte de inventor, quien —como reencarnación de Truquini— escapó de algún libro de mecánica, pues al estilo de la británica Marie Shelley, progenitora de Frankenstein, trajo al mundo a este artefacto devenido tabla salvadora allá donde no se oyen las voces del diablo.
Afortunadamente, Antonio Gutiérrez Pestana sí
habla —aunque no tan ronco—, y puede
enterarnos sobre cómo engendró al susodicho, de hecho, nos enteramos… “Tenía un
carro en la cooperativa pero se le jodió el motor hace cuatro años, entonces
por la necesidad de trasladar las propias producciones de allí, decidí crear
otro medio de transporte. Me dije: ‘yo sé pa’ eso’ y me puse a rastrear hasta
que encontré una hoja de muelle; un motor viejo que estaba botado en el taller,
lo reparé… Así, buscando hierritos por aquí, por allá…”
Si algún día pretendiera Riquimbili hurgar en
sus orígenes, tamaña parentela la que va a encontrar: “Tiene capó y el motor de
tractor, cabina de un camión 6k, gomas de BTR,
el tren delantero es de un Avia, guardafangos de
camión, caja de velocidad de V8, las luces son de carro: tiene las de alante, las de
atrás y las de cabina. El sistema de freno es de aire, ¡y frena bien! También
cuenta con buena emergencia. Llega hasta 60 o 70 km por hora, y gasta un
litro de petróleo cada cinco km, gasta bastante, porque imagínate, todo es
viejo.
“En él llevo la leche y el pan por esta zona,
también sirve como ambulancia dispuesta a sacar a los enfermos a Cartagena que
está a unos 15 km. Hasta allí he trasladado niños, ancianos, infartados… Como
esto aquí atrás es tan intrincado no llegan casi carros, además, cuando llueve
resulta intransitable. Por ejemplo, la última primavera fue muy violenta, no
entraba casi nada, solo el Riquimbili. ¡Ese no cree en fango, ni en hueco, ni
en lluvia. Ni se rompe, está hecho para caminos difíciles!”.
¿Quién se resiste a observarlo de frente? al
Riqui no se mira de reojo, cuando solemos toparnos con él por primera vez,
interrumpimos cualquier rutina —como cuando pasa un avión— para advertirlo, y
admirar su forma excéntrica de imponerse en aquel paisaje entre lo campestre y
desértico (no precisamente por ausencia de agua).
“Paso por algunos lugares y la gente se me
queda mirando, se meten conmigo, me paran… ‘oye chofe, ¿qué cosa es eso?’ y yo
le respondo: ‘este es un equipito que se hace criollo con unos hierritos
jajaja’. Imagínate, esto se parece a todo, y a la misma vez, no se parece a
nada”.
¿No lo ha parado nunca la
policía?
“Sí. Siempre les digo la verdad, que yo lo
tengo para trabajar, y contribuyo a un bien social. Me paran por la misma
razón, porque quieren saber qué cosa es esto”.
Bueno, ¿Qué licencia hace falta para manejarlo?
“Realmente ni
sé, porque yo las tengo todas, te las puedo enseñar…”
Veo que no tiene ni chapa, ¿Qué tipo de vehículo es?
“No sé qué decirte, porque, primeramente,
para legalizarlo, debe tener un expediente… Ahora, lo mismo pueden
identificarlo como un tractor, una camioneta… lo importante es resolver los
problemas de la cooperativa y la comunidad”.
¿Y no pasa inspección estatal?
“No, pero estoy listo pa’ pasarla también. ¡Está
al kilo…! De cualquier manera solo me muevo aquí, a donde más lejos llego es a
Cartagena, ya te dije, a llevar los casos de emergencia y a veces cuando no
está el médico en el pueblo, la gente coge botella conmigo para ir a las
consultas. Los pobladores de aquí hasta los medicamentos tienen que comprarlos
en Cartagena. ¡No es fácil!”.
Estaba el Riqui al lado de aquel camión que
imponía su mejor pintura, forma, a simple viste simulaba óptima mecánica, en
fin, especial carnada para tentar el cambio, pero… “¡Qué vaaaa! Incluso, a mi
me dan por él un tractor con papeles y todo, y de eso nada. Me costó mucho
trabajo armarlo yo solo, nadie me ayudó, le tengo tremendo cariño. Ese pedazo
de hierro es mi vida”.
Ya nos íbamos y todavía teníamos el cuello
torcido para advertir aquella extraña maravilla, que da tanta risa como el
personaje humorístico, quizás más… Bueno, apartando cualquier mofa (nunca
malintencionada), la vida de Riquimbili es bien seria, útil, extraña… Es fácil
inferirlo aunque el artefacto no hable, ni falta que hace.
Galería de fotos
Galería de fotos
Nota: Este es otro modelo de Riquimbili en Cuba
)
No hay comentarios:
Publicar un comentario