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Así ocurre cuando hablamos de planes,
ascendentes con el paso de los años, aunque ausentes aún, en cada momento, en
cada instante de la cotidianidad del cubano. Y ante la oleada de cumplimientos
y sobrecumplimientos emergen, tal cual cuchillos, comentarios como: “con esas
cifras no lleno el plato de comida”.
Algo similar sucede con la carne de cerdo. El
municipio de Palmira sobresalió como el mejor del país y la provincia de Cienfuegos clasificó
segunda de la nación con un cumplimiento superior a 13 mil 500 ton y 2 mil por
encima del tope previsto.
Sin embargo, ¿cuántos
dilemas envuelven a los ciudadanos ante la adquisición de ese alimento? Militan
en el embrollo los precios astronómicos, la desaparición repentina en
establecimientos estatales, la alteración de costos en ciertas variedades y el
embaucamiento del cuchillo y la pesa del carnicero. El congelador, muchas veces,
debe adaptarse a la ausencia de esta y otras fibras.
Igual ocurre con productos investidos de caras
cuantías y aplaudidos por la inminencia de crecimientos. Quienes no los tienen
ante sus ojos, ni los palpan, ni los huelen, preguntan: ¿por dónde andarán esas
cantidades? Y ante la publicación de los “valiosos” resultados, nacen nuevas
lanzas verbales: “El papel lo aguanta todo” o “solo distingo las viandas en la
televisión…”
Una libra o ejemplar de varios alimentos,
cuesta hoy el doble, el triple… en comparación con 15 años atrás, en tanto los
costos de producción oscilan de manera similar, y los salarios siguen
inmóviles.
Cuando repasamos la cuenta de en qué
empleamos el sueldo, nos percatamos que cerca del 70 por ciento fue destinado a
ocupar el refrigerador, estantes, vianderos, y por ende, el estómago. Y aun
así, no abunda en los hogares la comida necesaria: tanto la imprescindible para
una mejor calidad de vida, como la presta al deguste de los comensales.
Ante el desamparo e inestabilidad de algunos
mercados, sobreviene la inminencia de un itinerario cargado de incertidumbre,
al no hallar un lugar estatal con lo necesario a disposición del
consumidor. Para llenar la bolsa,
dependemos de un largo recorrido y de digerir la subida o alteración de precios,
muchas veces sin mediar explicación.
¡Aaaah…!, la historia cambia cuando optamos
por apertrechar bien el bolsillo con el fin de llegarnos hasta establecimientos
como La Plaza,
divino sitio ungido con las frutas, viandas y hortalizas más lindas de la
ciudad, Y también las MÁS CARAS. Pocas economías familiares soportan tal ritmo
en la contadora.
Sobre ese lugar saltan varias interrogantes:
¿la mayoría de los productos son resultado del excedente en las cosechas de los
campesinos? ¿Entonces, a dónde fue a parar la calidad y cantidad contenida en
los contratos? Una y otra vez resaltan los agujeros negros de la
comercialización, pendiente aún de estudios, sí, pero también de soluciones a
corto, mediano y largo plazo, porque los días pasan, y los platos…, bueno, ya
saben…
Urgimos de mecanismos para surtir de manera
equitativa a las placitas expandidas por cada reparto; cerca de las comunidades
y consumidores. Aunque muchos de esos establecimientos sean pequeños suplen disímiles
carencias y contratiempos.
Las soluciones deben ahuyentar la necesidad
de acudir a los carretilleros, identificados como revendedores legalizados, y
dotados con la mercancía desaparecida de los centros agropecuarios. ¿Por qué
ocurre? Sucede que el conductor de la carretilla deviene eslabón esencial de la
comercialización por otros atajos, por el mercado negro, y trascienden como
auténticos acaparadores en los mismos sitios donde compra el pueblo, el cubano
de a pie.
En esta cadena de infortunios el campesino
constituye uno de los entes vilipendiados. A algunos les falta compromiso,
cierto, pero cómo inyectarlo en las conciencias inundadas por las deficiencias
en el pago, las precarias condiciones de trabajo, los desajustes en la recogida
de los productos y…
Por eso, desde el esfuerzo del labriego,
hasta los andariveles en el destino de la mercancía, surgen los dividendos de la
contradicción: si en cada año aumentan los números en las cosechas de muchos
alimentos, ¿por qué no palpamos los cambios trascendentales en el plato, en la
mesa?
La
actualización del modelo económico cubano, brinda, desde la teoría, algunas vías
de solución, por ejemplo, el Lineamiento 181 aboga por “Adecuar la producción agroalimentaria a la
demanda y la transformación de la comercialización, elevando la calidad y
exigencia en los contratos (…)”
Ese y otros
tantos postulados relacionados con la política agroindustrial, denotan cierta
apertura; sin embargo, no se desamarrará el nudo gordiano mientras primen las
dosis de indolencia en algunos responsables y las cifras roben el protagonismo
a la realidad. Si las decisiones en el socialismo parten de una base socio –
económica, debemos percatarnos de que no pueden marchar por una dirección los
funcionarios y por otra, los consumidores.
Aunque demoren las decisiones “definitivas”,
continúa la lucha cotidiana por llevar la comida a la mesa, sobre todo para
garantizar el contradictorio “plato fuerte”, más aún, si chocamos
constantemente con las variables DINERO y DISPONIBILIDAD.
Tal situación, a veces presenta mejores
caras, pero otras, enseña la imagen de la desorganización. Nos asedian cúmulos
de números, disfrazados en por cientos, promedios, totales… Sí, muestran
resultados favorables, no lo dudo, pero todavía lejos de los hogares, al menos
de los trabajadores honestos y con menos ingresos, muchos de ellos vitales en
sectores sociales y también económicos.
La
credibilidad de las mejoras y crecimientos, tiene su espacio en la mesa, en el
día a día, en el mismo lugar donde se forma o deforma la conciencia. Producir,
lejos de su investidura como consigna, constituye la garantía del presente y el
futuro, y así parece concretarse en el campo y los papeles. Todo ello nos
permitirá avanzar, sin soslayar que los platos no creen en números.
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