Pocas veces en el año quedan grabadas tantas
huellas en el asfalto, en el mismo asfalto. Huellas nacidas de calzados
modernos y no tanto, nuevos y no tanto…
Huellas intactas durante horas, aun cuando
con frecuencia las invada el primer aguacero de mayo. Quizás el agua tienda a
opacarlas, solo quizás. Pero ellas no huyen de la lluvia, se ofrecen a la
superstición para simular belleza.
Y algunas deben gritar, a viva voz, con
garganta enrojecida en aras del progreso, de salvaguardar privilegios… y otras,
más tímidas, introvertidas… callan, aunque el silencio no significa el
destierro de los ideales.
Unas grandes; otras medianas y pequeñas, pero
no insignificantes. Algunas investidas del sinónimo impronta; otras solo simples
pisadas, pasajeras, intrascendentes, escépticas…
Eso sí, son muchas, cientos, miles… Y dentro
de tantas resaltan las huellas que salvan vidas, o las encargadas de educar.
Están las que construyen edificios; dictan sentencias; producen alimentos, bien
o mal, pero producen; las cultas y las no tanto; las trovadorescas y las reguetoneras;
las huellas abiertas y las fronterizas. Unas maltratan, otras reverencian. Son
huellas al fin, huellas con color de sociedad.
Disímiles huellas visten al Primero de Mayo,
huellas con mayor o menor salario, huellas en Moneda Nacional y otras, más
poderosas, en CUC.
Todas valen, porque
todas estuvieron allí, bajo el mismo sol, sobre el mismo asfalto… Y el propio
asfalto es un mosaico. Ahí descansan las de siempre, las de ahora, y
afortunadamente queda espacio para las del futuro.
Se ven alegres; y hasta enseñan la sonrisa
del feriado, el jolgorio, porque son optimistas… Son huellas nacidas del zapato
de la consagración. No vale criticar ninguna huella del Primero de Mayo, solo
vale aplaudirlas, ponderarlas, porque mañana, volverán sobre el asfalto…
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