En coautoría con Yudith Madrazo Sosa
Ronald
lo vio desde arriba, no tan arriba, pero lo suficiente para advertir un montón
de gorras, sombrillas, carteles, pancartas y un mar de cabezas por delante, por
detrás, por los lados. Gira casi hasta 180 grados porque intenta poner los ojos
a correr tras tanta algarabía por delante, por detrás, por los lados…
Desde los hombros de su padre, Ronald captaba
mejor las miles de voces coreando las mismas frases, consignas…y con la
repetición, el infante las aprendió de memoria e intentaba que su voz se
trepara encima de la de los más de 200 mil hombres y mujeres reunidos allí.
Allí encontró a algunos amigos del aula con sus padres o abuelos, a algunos muchachones de
la cuadra. Vio a su maestra, a la directora de la escuela, a aquella mujer que
lo hizo llorar mientras lo inyectaba, al batiblanco que puso una tablilla de
madera en su lengua e inspeccionó su garganta, al dependiente de la paladar donde
lo llevaron el día de su cumpleaños, a su profesor de natación, a esa otra
señora, que tras un buró, los hizo esperar a él y a su papá más de una hora,
dos horas… por ciertos asuntos de papeles, propiedad, planillas…
También le llama la atención encontrar a
quienes salen en la televisión, en el periódico, a los bien vestidos con
uniformes elegantes, ¿Y esos quienes son? preguntó, “Son de la Refinería, de la
Empresa Eléctrica, del Banco”, le contestan.
Nunca vio tanta gente reunida, tanta gente
diferente, tanta ropa y zapatos diferentes, tantas caras, tantos colores de
piel, tantas sonrisas… Reconoció el lugar donde su padre lo lleva a empinar
papalotes (cuando hay aire), y se asombró de ver que cupiera
semejante cantidad de personas en aquella plaza. Extasiado con tal aventura,
casi dilató las pupilas con las impresiones, hasta un momento, hasta que luego
de la caminata llegó el cansancio a los hombros sobre los cuales marchaba.
Luego,
mientras su padre festejaba —con cerveza incluida— como parte del jolgorio
postdesfile, Ronal, ya con los pies en la tierra, preguntó cómo se llamaba ese
día, entonces, con almanaque y lápiz en mano, encerraba con un círculo el
número uno del mes de mayo.
Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, mi nombre es Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otra, todavía busqué un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor entorno, póngase en contacto con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp +2348052394128
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