Entrar por Infanta no es precisamente transitar por la calle homónima de La Habana. Es más que eso, es un concepto complejo de raíces humanas y sociales.
Y cuando nos damos cuenta es porque ya
algunas reflexiones sobre ciertas labores pululan a nuestro alrededor; retumban
en los oídos, ahí, calando el tímpano. Al abrirse las compuertas de la ira
ciertas manifestaciones salen al ruedo y tasajean a esas personas de las cuales
dependemos para validar un permiso, materializar una firma, un cuño, una
disposición legal imprescindible para dormir tranquilos. Pero la insensibilidad
desbarató las buenas intenciones de esas almas, de esos seres devenidos entes
omnipotentes
Algunos son benevolentes y los redimen con expresiones salvadoras:
“los pobres, tienen problemas, son seres humanos…” ¡Pero bueno! ¿y los demás?,
¿qué somos?, ¿hacia dónde vamos?, a veces ni eso sabemos. Como síntoma de la
desesperación no encontramos a dónde acudir para resolver…
Después de contar hasta diez y hasta cien y
hasta…, la paciencia se recuesta al límite, lo vacila y lo salta; así, desde el
mismo borde, nacen los insultos y comentarios sobre los archiconocidos
trámites. Pero el asunto muestra otras caras, el problema no radica únicamente
en las demoras, sino en algunos entresijos que emanan de la cuestión de marras.
Por ejemplo, no conozco dónde y cuándo asomó la frase “entrar por Infanta”,
pero creí escuchar que si ingresas por ahí, todo es más fácil, más veloz…
Cerca del oído, un señor me aseguró que
cuando sostiene una solvencia monetaria y habita cierta comodidad en su
bolsillo, ha optado por esa vía, incluso habló de tarifas y niveles de acceso.
Otra, experta en asuntos similares, confesó que la demora no tiene
justificación y brota de manera voluntaria, a propio intento para tentarnos a
la sumersión en ese mar o en ese mal, llamado Infanta.
¿Entraré o no entraré?, la duda comienza a
golpearnos, como a Hamlet, y con las mismas dosis dislocadas del personaje
shakesperiano. Entonces, transformamos el cerebro en esa calculadora de la vida
presta para sacar las cuentas a corto y largo plazo, y así despejar la
incertidumbre.
Pobre de aquellos carentes de aptitudes para
el negocio, quienes no conocen los cayos, ni “la Benny”, ni las boutiques ni…
Para el trabajador honesto la puerta de Infanta es muy estrecha, mas, debe
condimentar su desamparo con una espera interminable, con “recondenaciones” capaces de disparar la
presión arterial; y para no estallar suelen apretarse las mandíbulas, la de
arriba contra la de abajo, mientras las orejas se encienden al rojo vivo.
Lo impresionante es testificar las
modalidades de reacciones y metamorfosis en quienes deben atendernos, cuyo
sostén debe tener alguna trascendencia histriónica; así sobrevienen mutaciones
del maltrato a la amabilidad, de la intransigencia a la flexibilidad, de la
lentitud a la prisa y otras tantas. A ello súmese que en esos momentos los
índices de interés sobrepasan los niveles, escalones, estructuras… En Infanta
debe habitar algo divino o casi milagroso, algo así tan ideal como el Dorado de
Cándido, el de Voltaire.
En medio de tantos traspiés, nos topamos con
las lomas de erratas: nombres mal escritos o ubicados en casillas incorrectas,
expedientes e historias desaparecidos como por arte de magia. No obstante, el
trago más amargo lo experimentamos cuando no aparecemos en la lista indicada,
entonces el “corre corre” anuncia la hora de clamar favores o de lo contrario,
utilizar el arma maestra, ya saben, ¡Infanta!
Tantas negligencias nacen de la
desconcentración, de la carencia de motivación y capacidades. Los humanos no
somos perfectos, claro, nos equivocamos, pero, ¡no es para tanto!
Si alguien prefiere no madrugar para alcanzar
un preciado turno o pretende resolver un trámite a la velocidad de la luz,
puede enrumbarse por Infanta. ¡Qué vergüenza! Entrar por terceros lugares para
gestionar una diligencia, aun cuando afecte la economía de bolsillo y coquetee
con la ilegalidad; eso huele a bloqueo,
sí, el interno.
¿Con qué tipo de cemento fabricaron los
rostros de esos empleados?, ¿con qué nudos amarraron sus caras? Ya no alcanza
el tesón, la persistencia deviene impertinencia y exigir derechos parece obra
de otro planeta.
¡Ah!, Infanta es la capital de una geografía
cerebral despiadada. Pero un día, cuando cierren las puertas de ese camino
celestial, como dice una amiga, “la jugada se pondrá licra”, apretada y… ¡ay
mamá!, “a llorar que se perdió el tete…” Confíen, esperen ese momento; al menos
para soñar, no es preciso entrar por Infanta.
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