Siempre me llamó la atención el juego del
teléfono enredado. Esa rueda de personas donde una frase sufre metamorfosis al
deambular de un oído a otro, víctima del susurro, del tono difuso…
Entonces lo que empezó como “Pablito clavó un
clavito”, termina en “Panchito cargó a Carlitos”, “Pepito quedó calvito” u
otras variantes nacidas de la imprecisión verbal y las malas intenciones
humanas.
El trastrueque deviene divertido mientras no
trasciende la esencia lúdica o recreativa. Cuando las variaciones se instalan
en la vida real, en situaciones vitales…, irrumpen las reacciones del incomodo
y donde hubo risas nace el desconcierto…
Ciertas orientaciones bajan o suben “los escalones”,
y muchas veces sufren alteraciones lamentables. Ocurre algo así como en el
monólogo del cometa Halley, popularizado en Cuba por Carlos Ruiz de la Tejera. Crece la
confusión si a tales entresijos los acompaña el rumor, las “bolas” que van y
vienen.
De tales situaciones emanan los malos
entendidos, discusiones… El dime que te diré descubre a las claras las fisuras
en la capacidad organizativa. Lo lamentable ocurre cuando “desde arriba” dictan
normas, procedimientos, maneras de asumir, analizar o lidiar con algún
fenómeno, y en cambio, a la base llega deformado, torcido…
Las supuestas interpretaciones erradas trascienden como el pie forzado
perfecto en función los encontronazos. Finalmente, vencen las mentes
fronterizas carentes de lógica, pero con suficiente poder para silenciar la
razón.
Sentimos pesar al advertir el desmoronamiento
de los estudios de la comunicación, tanto los postulados clásicos de la primera
mitad del siglo XX, como los más epidérmicos. Y pienso… ¿Estamos en condiciones
de profundizar en los modelos relacionados con la teoría de la distorsión?
Recuerdo a una profesora de la Universidad, quien nos
decía que varios procesos en Cuba no avanzan debido a la recurrencia de ruidos
en la comunicación. No obstante, al salir de las aulas y chocar con la
realidad, agregaría que en varios momentos, más que ruidos interfieren
tempestades, oscuridades…
¿Cuántas historias encontramos sobre personas
convocadas a reuniones sin saber por qué? Y empiezan a saltar los temas de un
lado a otro sin tocar, ni rozar a los convocados… La pérdida de tanto tiempo
obliga a preguntar al subconsciente: ¿qué hago yo aquí…?
De los horarios, ¡ni hablar!, al indagar
entre los llamados a cierta actividad o evento, encontramos con facilidad cinco
o seis variantes sobre la hora de apertura o salida. A varias personas,
indistintamente, les orientaron algo diferente. De esa manera resurgen más
cuestionamientos: ¿en qué pensaba el organizador, el vocero de la
impuntualidad?
Así mismo sucede en las relaciones
interpersonales. Los maltratos van y vienen, entran y salen como Pedro por su
casa. Con ello nacen las injusticias e inconformidades, pues sobre
procedimientos desacertados llegan decenas de cartas a nuestra redacción.
Y parecería que ya nada es capaz de
sorprender, pero siempre descuellan atrocidades humanas para lacerar la vida de
otros, indefensos, por supuesto. Y eso me hace recordar la letra de AdrianBerazain: “(…) son las mismas gentes, las mismas caras, que a veces ríen y a
veces lloran…”
Se alimentan así los desmanes. El peloteo,
engaño y otros infortunios trascienden las fronteras de simples ruidos… con el
fin de instalarse en el club de los descaros comunicativos. Lo alarmante es la
increíble capacidad de reproducción.
Encontramos barrabasadas por doquier. Las
partes involucradas en determinado fenómeno no se ponen de acuerdo, para
concensuar… Y por eso abundan las confusiones en situaciones como matrículas,
ubicaciones laborales, trámites…
Los individuos no solo precisan de claridad
en sus propósitos, también requieren de preparación para desarrollar destrezas
en función de una comunicación efectiva. Aún debemos pertrecharnos de mecanismos
esenciales en aras de hablar, escuchar, orientar, sugerir… ¡Creo que nos falta
bastante!
Al atestiguar tantos y tantos contratiempos empiezo a
rechazar el juego del teléfono enredado. Eso de malinterpretar susurros es
divertido, ¡muy divertido!, sin embargo, ¡me asusta! Me asombra sobremanera que
algunos se lo hayan tomado tan en serio hasta desestabilizar la sociedad.
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