El tiempo figura en ocasiones como culpable
del deterioro de los bienes materiales y las personas. Mas, todo depende de la
extensión de cada transcurso, de la letanía de infortunios desprendidos del andar
agitado del reloj.
Sobre los desmanes del tiempo descansan
algunos oportunistas y pícaros, con las justificaciones a punta de lengua,
erigidos maestros de la excusa. Sin embargo, existen circunstancias en las
cuales no caben las evasivas. Ni siquiera el paso de escasos años es capaz de
camuflar los indicios del descuido o el deterioro moral condimentado con la
falta de sentido de pertenencia.
De esa manera encuentro muchos lugares de mi
ciudad, sitios que apenas superan la etapa de recién nacidos y muestran ya las
arrugas del menoscabo y las crisis de aceptación. Centros agredidos constantemente
por los malos pensares de quienes los frecuentan. Y ya debiera de estar
acostumbrado a la clonación de ese fenómeno, pero no cabe en el entendimiento.
Entonces, mientras advierto tales anomalías, alimento la perplejidad.
En ese saco averiado cayó el ranchón de la
avenida 28, aledaño a la
Facultad de Ciencias Médicas, concebido con óptima
infraestructura, vistoso incluso, pero desaprovechado. Lo visitamos durante los
primeros días de su apertura y hasta soñamos con su trascendencia al imaginar
que marcharía durante el transcurso de los días viento en popa, abarrotado de
consumidores, complacidos siempre con las exquisiteces de la comida
italiana.
Tamaño zarpazo recibimos cuando hoy
presenciamos allí la evaporación de la calidad de las ofertas, más aún si
tenemos en cuenta los cerca de 324 mil pesos en moneda nacional y 62 mil CUC
del costo de inversión.
Después de inaugurados con loas, ¿quién vela
y responde por la estabilidad o el ascenso en espiral? Seguramente, tales
decisores y ejecutores no militan en el mismo grupo de los pobladores que deben
correr, acaparar, aprovechar los primeros días antes de que se “ponga malo” o
se acabe…
Luego de aplaudir las aperturas, nos damos
cuenta de que las palmas y agasajos sobraban entonces, y que el reconocimiento
lo merecen los servicios perdurables a pesar de los pesares… Por eso, ante lo
novedoso emerge la incertidumbre; las personas se apuran en disfrutar de las
ventajas de lo nuevo, porque, según dicen por ahí: “veremos cuánto dura…” A
veces tratamos de esquivar tales comentarios con posiciones optimistas, pero no
es fácil resarcir el verbo hiriente cuando la realidad enseña una cara
desaliñada.
El procedimiento lógico indica que según
avanza el reloj surgen nuevas iniciativas y ciertos centros vayan “in crescendo”
en función del retén de público, consumidores… Sin embargo el escenario
estrambótico y circundante enseña, poco a poco, la esfumación de ofertas,
atenciones, comodidades, intenciones, variedades…
Por ley, el tiempo causa tal efecto en muchos
contextos, pero hablamos de décadas y más… no de construcciones que incluso surgen
torcidas, y árbol que nace así…
Entonces llegará el relevo de las
reparaciones, y a quien cometió el error lo vapulearán de boca en boca, mas,
algunos cómplices tratarán de tapar su culpabilidad y poner un parche al pasado
en aras de “sobrevivir”.
En la oleada de cambios intentan aparecer los
mecanismos ideales, y las obras simulan tomar el rumbo indicado, pero solo es
preciso darle tiempo al tiempo para que se esfume la rectitud de la organización
y exigencia, en el esmero en los servicios, la tan necesaria calidad, y vuelvan
por sus fueros los aires del deterioro.
Por eso, camino cerca del Coppelia en plena
reparación y desconfío casi de manera involuntaria si no correría igual suerte.
La duda inunda a quienes deambulamos por allí, pues pocos creen en la
perdurabilidad y especulan: “cuando lo arreglen empezará muy bien, pero luego
será un desastre otra vez”. No significa que estemos invadidos por un batallón
de pájaros de mal agüero, más bien las circunstancias y experiencias conducen a
tales escepticismos.
La historia parece repetirse cual círculo
vicioso, y las vueltas en el mismo lugar, y las mismas promesas y las mismas…
ya marean y ponen en peligro de extinción la credibilidad.
Cuando traemos esas problemáticas aquí y las
ponemos al descubierto con el sello de lo público, se apresuran los
oportunistas a increpar y explicar lo inexplicable, a burlarse de quienes
palpan la realidad tal cual es. Salen las excusas de abajo de una piedra;
sucias, por supuesto. Otras evasivas acusan a las circunstancias; la escasez y
hasta el paso de los años brota como presunto culpable, pero no nos engañemos
tampoco, pues el tiempo aprieta, sí, pero no ahorca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario