jueves, 20 de junio de 2013

Pepito y el papá de Pepito


Pepito no escapó de ningún cuento vulgar ni banal, aunque quizás tenga alguna veta humorística. Pepito no es tan indisciplinado ni mal hablado; algo ocurrente sí, hasta innovador…  Pepito, el de este comentario, no es el de los cuentos, más bien trasciende como paradigma, una alegoría de personas coetáneas con él.

El papá de Pepito ya pasó las cinco décadas y, por supuesto, tampoco es coprotagonista de algún chiste.  Ya lo asechan los achaques y la vida le cobra las andanzas de tantos años. Ha chocado con varios muros e infinidad de veces tardó en levantarse, ¡pero se levantó!. Hoy mira en derredor y encuentra paz, cierta paz y algunos beneficios, pero nada para conformarse después de tanto tiempo de bregar. El papá de Pepito pertenece a una generación de temores…

Pepito y su papá discuten constantemente; uno porque quiere lo mejor para su hijo y el otro porque prefiere aventurarse a chocar, a buscar la experiencia por medios propios, aunque no tolera moretones tan grandes como los recibidos por su papá. Y aun cuando en circunstancias puntuales lo disimule, también puede sentirse atemorizado.

Pepito quiere comenzar la carrera de obstáculos, romper barreras, ascender las montañas de la insensatez… El papá se niega a darle el consentimiento, la voz de arrancada, y el joven, como joven al fin, pretende decir lo que no expresará su padre, simplemente porque proviene de otra generación. Pepito quiere desterrar los silencios.

El padre insiste: “Pepito, no orines contra el ventilador. Pepito, ponte a favor de la marea. Pepito, no te expongas a la corriente del río. Pepito…” Y el muchacho replica: “Papá, no te preocupes, tengo juicio, solo quiero ser revolucionario, de los verdaderos…”.

Pepito aspira a ser consecuente con cuanto ocurre a su alrededor, prefiere representar a la multitud de contemporáneos y a quienes como su padre hablan por lo bajo para no ser escuchados. Mas, Pepito no es tan ingenuo, ante un comentario carente de sentido común, torcido, manipulado, superficial… responde con un cuchillo en el verbo.

Amén del espíritu rebelde propio de la juventud, Pepito entiende a su papá. Conoce las buenas intenciones de su progenitor, pues él atestigua cómo casi todos los que “avanzan” sin muchas penas y con ciertas glorias, callan o enarbolan las arengas vacías, desprovistas de objetividad. El papá de Pepito teme que tilden a su hijo de vocero de las críticas, lo marquen como “problemático”, en fin…

Cada  generación tiene sus matices, por supuesto, sin embargo, de manera global la de los padres no se lanza a los cambios de conceptos, de renovación de discursos; no entiende lo suficiente de tecnologías, ni de libertades diferentes a las aprehendidas como propias. Tampoco le interesa transformar, pues a estas alturas de sus vidas no es tiempo de arriesgar y sentir un rayón en la pintura.

Alguien dijo una vez que esa era una generación no muy sincera que digamos: primero porque existe demasiada distancia entre el decir y el pensar; y segundo porque de los llamados revolucionarios en los tiempos de juventud de esa generación, pocos están aquí.
De esos que humillaron al prójimo en la década del 70 y 80, con falso cartel de jóvenes transgresores, pocos se quedaron. Por eso, Pepito en pleno siglo XXI no quiere ser un joven hipócrita.

Gran parte de la generación de Pepito es demasiado soñadora y aunque a un puñado de ellos no le importe cambiar nada, a Pepito sí. Él no vive en una nube de humo, ni del mutis “conveniente”. Pretende ganar la aceptación de la mayoría, lo cual no significa satisfacer ni apoyar caprichos sin sentido. Tampoco procura ser el conejillo de indias de quienes tienen ciertas ideas y no las expresan, o peor aún, las susurran en los pasillos.

Pepito sabe que hay cosas que no deben decirse, y así mismo se lo hace saber a su papá. Pepito no es tan improvisado, no obstante, el padre insiste en dejar las cosas como están. Teme que su hijo tratando de arreglar el mundo termine perjudicado.

Así ocurre con las diferencias entre generaciones y cada una tiene sus vivencias, añoranzas, ideales… Pepito con frecuencia recuerda los consejos de Alfredo Guevara: “Nunca jamás recomendaré a nadie prudencia. Recomiendo que combatan. Recomiendo que se expresen, que luchen, que acepten correr riesgos”. De esa manera, Pepito aspira a ser consecuente con su formación y  las condiciones de joven, aunque algunos, carentes de luz larga, lo tildarán de protestón.

Aunque los argumentos del papá de Pepito contengan cierto fundamento, no pueden constituir un freno para su hijo, y menos aún para la evolución y ese ascenso en espiral reconocido como dialéctica.  

El Pepito y el padre de este comentario trascienden como simples ejemplos, ¡claro!, no significa la generalización, pero el conflicto de esta relación generacional permanece dibujada en varias familias, centros de trabajo... Incluso, los contendientes no llegan a entenderse, ninguno claudica en aras de conquistar la razón, y en honor a la verdad, cada quien tiene sus motivos…       
                               

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