lunes, 14 de enero de 2013

Los platos no creen en números


A veces los números forman parte de la realidad, sin apenas parecer reales. Traen el contento para algunos y a otros resultan indiferentes, pues en ocasiones crecen de manera dialéctica, mas, en varios sitios y circunstancias padecen de la misma quietud, de los mismos dígitos de supervivencia.
   
Así ocurre cuando hablamos de planes, ascendentes con el paso de los años, aunque ausentes aún, en cada momento, en cada instante de la cotidianidad del cubano. Y ante la oleada de cumplimientos y sobrecumplimientos emergen, tal cual cuchillos, comentarios como: “con esas cifras no lleno el plato de comida”.

Por ejemplo, en el 2012, ascendieron los dígitos de los frijoles, con un acopio total de 3 mil 575 toneladas, más de 170 por encima del 2011. Hermosos números para un informe, pero, si bien sustituyan de manera paulatina los montos en importaciones, los consumidores no palpan los resultados. Incluso, al cierre de año debieron soportar las peripecias, investidas de estafas, y desembolsar desde quince hasta 18 pesos por una libra del preciado grano.   
   
Algo similar sucede con la carne de cerdo. El municipio de Palmira sobresalió como el mejor del país y la provincia de Cienfuegos clasificó segunda de la nación con un cumplimiento superior a 13 mil 500 ton y 2 mil por encima del tope previsto.

Sin embargo, ¿cuántos dilemas envuelven a los ciudadanos ante la adquisición de ese alimento? Militan en el embrollo los precios astronómicos, la desaparición repentina en establecimientos estatales, la alteración de costos en ciertas variedades y el embaucamiento del cuchillo y la pesa del carnicero. El congelador, muchas veces, debe adaptarse a la ausencia de esta y otras fibras.
  
 Igual ocurre con productos investidos de caras cuantías y aplaudidos por la inminencia de crecimientos. Quienes no los tienen ante sus ojos, ni los palpan, ni los huelen, preguntan: ¿por dónde andarán esas cantidades? Y ante la publicación de los “valiosos” resultados, nacen nuevas lanzas verbales: “El papel lo aguanta todo” o “solo distingo las viandas en la televisión…”

 Una libra o ejemplar de varios alimentos, cuesta hoy el doble, el triple… en comparación con 15 años atrás, en tanto los costos de producción oscilan de manera similar, y los salarios siguen inmóviles.
  
 Cuando repasamos la cuenta de en qué empleamos el sueldo, nos percatamos que cerca del 70 por ciento fue destinado a ocupar el refrigerador, estantes, vianderos, y por ende, el estómago. Y aun así, no abunda en los hogares la comida necesaria: tanto la imprescindible para una mejor calidad de vida, como la presta al deguste de los comensales.
  
 Ante el desamparo e inestabilidad de algunos mercados, sobreviene la inminencia de un itinerario cargado de incertidumbre, al no hallar un lugar estatal con lo necesario a disposición del consumidor.  Para llenar la bolsa, dependemos de un largo recorrido y de digerir la subida o alteración de precios, muchas veces sin mediar explicación.
  
¡Aaaah…!, la historia cambia cuando optamos por apertrechar bien el bolsillo con el fin de llegarnos hasta establecimientos como La Plaza, divino sitio ungido con las frutas, viandas y hortalizas más lindas de la ciudad, Y también las MÁS CARAS. Pocas economías familiares soportan tal ritmo en la contadora.
  
 Sobre ese lugar saltan varias interrogantes: ¿la mayoría de los productos son resultado del excedente en las cosechas de los campesinos? ¿Entonces, a dónde fue a parar la calidad y cantidad contenida en los contratos? Una y otra vez resaltan los agujeros negros de la comercialización, pendiente aún de estudios, sí, pero también de soluciones a corto, mediano y largo plazo, porque los días pasan, y los platos…, bueno, ya saben…
   
Urgimos de mecanismos para surtir de manera equitativa a las placitas expandidas por cada reparto; cerca de las comunidades y consumidores. Aunque muchos de esos establecimientos sean pequeños suplen disímiles carencias y contratiempos.
   
Las soluciones deben ahuyentar la necesidad de acudir a los carretilleros, identificados como revendedores legalizados, y dotados con la mercancía desaparecida de los centros agropecuarios. ¿Por qué ocurre? Sucede que el conductor de la carretilla deviene eslabón esencial de la comercialización por otros atajos, por el mercado negro, y trascienden como auténticos acaparadores en los mismos sitios donde compra el pueblo, el cubano de a pie.
  
 En esta cadena de infortunios el campesino constituye uno de los entes vilipendiados. A algunos les falta compromiso, cierto, pero cómo inyectarlo en las conciencias inundadas por las deficiencias en el pago, las precarias condiciones de trabajo, los desajustes en la recogida de los productos y…
   
Por eso, desde el esfuerzo del labriego, hasta los andariveles en el destino de la mercancía, surgen los dividendos de la contradicción: si en cada año aumentan los números en las cosechas de muchos alimentos, ¿por qué no palpamos los cambios trascendentales en el plato, en la mesa?       
  
 La actualización del modelo económico cubano, brinda, desde la teoría, algunas vías de solución, por ejemplo, el Lineamiento 181 aboga por “Adecuar la producción agroalimentaria a la demanda y la transformación de la comercialización, elevando la calidad y exigencia en los contratos (…)”
   
Ese y otros tantos postulados relacionados con la política agroindustrial, denotan cierta apertura; sin embargo, no se desamarrará el nudo gordiano mientras primen las dosis de indolencia en algunos responsables y las cifras roben el protagonismo a la realidad. Si las decisiones en el socialismo parten de una base socio – económica, debemos percatarnos de que no pueden marchar por una dirección los funcionarios y por otra, los consumidores.
   
Aunque demoren las decisiones “definitivas”, continúa la lucha cotidiana por llevar la comida a la mesa, sobre todo para garantizar el contradictorio “plato fuerte”, más aún, si chocamos constantemente con las variables DINERO y DISPONIBILIDAD.

Tal situación, a veces presenta mejores caras, pero otras, enseña la imagen de la desorganización. Nos asedian cúmulos de números, disfrazados en por cientos, promedios, totales… Sí, muestran resultados favorables, no lo dudo, pero todavía lejos de los hogares, al menos de los trabajadores honestos y con menos ingresos, muchos de ellos vitales en sectores sociales y también económicos.

La credibilidad de las mejoras y crecimientos, tiene su espacio en la mesa, en el día a día, en el mismo lugar donde se forma o deforma la conciencia. Producir, lejos de su investidura como consigna, constituye la garantía del presente y el futuro, y así parece concretarse en el campo y los papeles. Todo ello nos permitirá avanzar, sin soslayar que los platos no creen en números.   
      

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