viernes, 19 de abril de 2013

El teléfono enredado


  Siempre me llamó la atención el juego del teléfono enredado. Esa rueda de personas donde una frase sufre metamorfosis al deambular de un oído a otro, víctima del susurro, del tono difuso…
   
Entonces lo que empezó como “Pablito clavó un clavito”, termina en “Panchito cargó a Carlitos”, “Pepito quedó calvito” u otras variantes nacidas de la imprecisión verbal y las malas intenciones humanas.

  El trastrueque deviene divertido mientras no trasciende la esencia lúdica o recreativa. Cuando las variaciones se instalan en la vida real, en situaciones vitales…, irrumpen las reacciones del incomodo y donde hubo risas nace el desconcierto…

  Ciertas orientaciones bajan o suben “los escalones”, y muchas veces sufren alteraciones lamentables. Ocurre algo así como en el monólogo del cometa Halley, popularizado en Cuba por Carlos Ruiz de la Tejera. Crece la confusión si a tales entresijos los acompaña el rumor, las “bolas” que van y vienen.

  De tales situaciones emanan los malos entendidos, discusiones… El dime que te diré descubre a las claras las fisuras en la capacidad organizativa. Lo lamentable ocurre cuando “desde arriba” dictan normas, procedimientos, maneras de asumir, analizar o lidiar con algún fenómeno, y en cambio, a la base llega deformado, torcido…

  Las supuestas interpretaciones  erradas trascienden como el pie forzado perfecto en función los encontronazos. Finalmente, vencen las mentes fronterizas carentes de lógica, pero con suficiente poder para silenciar la razón.             

 
Tanto desorden responde a los incontables quebrantos en la comunicación, la cual deviene vital en pos del funcionamiento óptimo de una sociedad.   Entonces, cuando vagan moribundos los sistemas de relación, intercambio, transmisión… a nivel institucional y personal, brotan, cual virus, las malas interpretaciones de decisiones importantes.

  Sentimos pesar al advertir el desmoronamiento de los estudios de la comunicación, tanto los postulados clásicos de la primera mitad del siglo XX, como los más epidérmicos. Y pienso… ¿Estamos en condiciones de profundizar en los modelos relacionados con la teoría de la distorsión?               

  Recuerdo a una profesora de la Universidad, quien nos decía que varios procesos en Cuba no avanzan debido a la recurrencia de ruidos en la comunicación. No obstante, al salir de las aulas y chocar con la realidad, agregaría que en varios momentos, más que ruidos interfieren tempestades, oscuridades… 

  ¿Cuántas historias encontramos sobre personas convocadas a reuniones sin saber por qué? Y empiezan a saltar los temas de un lado a otro sin tocar, ni rozar a los convocados… La pérdida de tanto tiempo obliga a preguntar al subconsciente: ¿qué hago yo aquí…?

  De los horarios, ¡ni hablar!, al indagar entre los llamados a cierta actividad o evento, encontramos con facilidad cinco o seis variantes sobre la hora de apertura o salida. A varias personas, indistintamente, les orientaron algo diferente. De esa manera resurgen más cuestionamientos: ¿en qué pensaba el organizador, el vocero de la impuntualidad?

  Así mismo sucede en las relaciones interpersonales. Los maltratos van y vienen, entran y salen como Pedro por su casa. Con ello nacen las injusticias e inconformidades, pues sobre procedimientos desacertados llegan decenas de cartas a nuestra redacción.

  Y parecería que ya nada es capaz de sorprender, pero siempre descuellan atrocidades humanas para lacerar la vida de otros, indefensos, por supuesto. Y eso me hace recordar la letra de AdrianBerazain: “(…) son las mismas gentes, las mismas caras, que a veces ríen y a veces lloran…”

  Se alimentan así los desmanes. El peloteo, engaño y otros infortunios trascienden las fronteras de simples ruidos… con el fin de instalarse en el club de los descaros comunicativos. Lo alarmante es la increíble capacidad de reproducción.              

  Encontramos barrabasadas por doquier. Las partes involucradas en determinado fenómeno no se ponen de acuerdo, para concensuar… Y por eso abundan las confusiones en situaciones como matrículas, ubicaciones laborales, trámites…

  Los individuos no solo precisan de claridad en sus propósitos, también requieren de preparación para desarrollar destrezas en función de una comunicación efectiva. Aún debemos pertrecharnos de mecanismos esenciales en aras de hablar, escuchar, orientar, sugerir… ¡Creo que nos falta bastante!

  Al atestiguar  tantos y tantos contratiempos empiezo a rechazar el juego del teléfono enredado. Eso de malinterpretar susurros es divertido, ¡muy divertido!, sin embargo, ¡me asusta! Me asombra sobremanera que algunos se lo hayan tomado tan en serio hasta desestabilizar la sociedad.            

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