lunes, 18 de marzo de 2013

El tiempo aprieta, pero no ahorca


  El tiempo figura en ocasiones como culpable del deterioro de los bienes materiales y las personas. Mas, todo depende de la extensión de cada transcurso, de la letanía de infortunios desprendidos del andar agitado del reloj.
   
Sobre los desmanes del tiempo descansan algunos oportunistas y pícaros, con las justificaciones a punta de lengua, erigidos maestros de la excusa. Sin embargo, existen circunstancias en las cuales no caben las evasivas. Ni siquiera el paso de escasos años es capaz de camuflar los indicios del descuido o el deterioro moral condimentado con la falta de sentido de pertenencia.

De esa manera encuentro muchos lugares de mi ciudad, sitios que apenas superan la etapa de recién nacidos y muestran ya las arrugas del menoscabo y las crisis de aceptación. Centros agredidos constantemente por los malos pensares de quienes los frecuentan. Y ya debiera de estar acostumbrado a la clonación de ese fenómeno, pero no cabe en el entendimiento. Entonces, mientras advierto tales anomalías, alimento la perplejidad.
 
Así sucede con tantas y tantas unidades gastronómicas, recreativas, deportivas y hasta de la Salud. Desprovistas de la consistencia de elementales garantías de sostenibilidad; carentes de iniciativas imprescindibles para no dejarse caer y de estrategias nacidas de una mente avezada. Pero ¿a quién le importa la trascendencia de esos espacios hasta niveles de excelencia?
  
En ese saco averiado cayó el ranchón de la avenida 28, aledaño a la Facultad de Ciencias Médicas, concebido con óptima infraestructura, vistoso incluso, pero desaprovechado. Lo visitamos durante los primeros días de su apertura y hasta soñamos con su trascendencia al imaginar que marcharía durante el transcurso de los días viento en popa, abarrotado de consumidores, complacidos siempre con las exquisiteces de la comida italiana.  

Tamaño zarpazo recibimos cuando hoy presenciamos allí la evaporación de la calidad de las ofertas, más aún si tenemos en cuenta los cerca de 324 mil pesos en moneda nacional y 62 mil CUC del costo de inversión.
  
Después de inaugurados con loas, ¿quién vela y responde por la estabilidad o el ascenso en espiral? Seguramente, tales decisores y ejecutores no militan en el mismo grupo de los pobladores que deben correr, acaparar, aprovechar los primeros días antes de que se “ponga malo” o se acabe…       

Luego de aplaudir las aperturas, nos damos cuenta de que las palmas y agasajos sobraban entonces, y que el reconocimiento lo merecen los servicios perdurables a pesar de los pesares… Por eso, ante lo novedoso emerge la incertidumbre; las personas se apuran en disfrutar de las ventajas de lo nuevo, porque, según dicen por ahí: “veremos cuánto dura…” A veces tratamos de esquivar tales comentarios con posiciones optimistas, pero no es fácil resarcir el verbo hiriente cuando la realidad enseña una cara desaliñada.    

El procedimiento lógico indica que según avanza el reloj surgen nuevas iniciativas y ciertos centros vayan “in crescendo” en función del retén de público, consumidores… Sin embargo el escenario estrambótico y circundante enseña, poco a poco, la esfumación de ofertas, atenciones, comodidades, intenciones, variedades…
  
Por ley, el tiempo causa tal efecto en muchos contextos, pero hablamos de décadas y más… no de construcciones que incluso surgen torcidas, y árbol que nace así…
  
Entonces llegará el relevo de las reparaciones, y a quien cometió el error lo vapulearán de boca en boca, mas, algunos cómplices tratarán de tapar su culpabilidad y poner un parche al pasado en aras de “sobrevivir”.

En la oleada de cambios intentan aparecer los mecanismos ideales, y las obras simulan tomar el rumbo indicado, pero solo es preciso darle tiempo al tiempo para que se esfume la rectitud de la organización y exigencia, en el esmero en los servicios, la tan necesaria calidad, y vuelvan por sus fueros los aires del deterioro.

Por eso, camino cerca del Coppelia en plena reparación y desconfío casi de manera involuntaria si no correría igual suerte. La duda inunda a quienes deambulamos por allí, pues pocos creen en la perdurabilidad y especulan: “cuando lo arreglen empezará muy bien, pero luego será un desastre otra vez”. No significa que estemos invadidos por un batallón de pájaros de mal agüero, más bien las circunstancias y experiencias conducen a tales escepticismos.       

La historia parece repetirse cual círculo vicioso, y las vueltas en el mismo lugar, y las mismas promesas y las mismas… ya marean y ponen en peligro de extinción la credibilidad.
  
Cuando traemos esas problemáticas aquí y las ponemos al descubierto con el sello de lo público, se apresuran los oportunistas a increpar y explicar lo inexplicable, a burlarse de quienes palpan la realidad tal cual es. Salen las excusas de abajo de una piedra; sucias, por supuesto. Otras evasivas acusan a las circunstancias; la escasez y hasta el paso de los años brota como presunto culpable, pero no nos engañemos tampoco, pues el tiempo aprieta, sí, pero no ahorca.








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